Cuando te empieza a importar.
Y por eso odio esto. Juro que lo odio.
¿Es posible que mi felicidad empiece a depender de mi y no de los demás?
"Yo nunca había pensado que lo conocería. Nunca pensé en conocer a alguien que me haría la más feliz o la más desdichada. Pero así fue, lo conocí a él, al amor de mi vida, a él, al hombre que voy a amar hasta el día de mi muerte, simplemente a él… Al verlo sentía que no me faltaba nada ni nadie, pero ¿por qué? ¿por qué tuvo que durar tan poco? Ni bien lo empezaba a conocer ya no estaba, desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Pero yo sé, yo sé que el no se fue, yo sé que no se irá, siempre estará en algún lugar del mundo esperándome a mí, esperando que llegue a él, que me tire a sus fuertes brazos para que me proteja, y así será. Hay algo en mí que lo dice, algo que me susurra al oído “Él vendrá, tú irás a él, algo pasará, pero lo encontrarás”. Nunca perderé las esperanzas, eso no, no hasta que mi propio dolor me termine de carcomer por dentro…
… Y así pasaron los años, y aquí estoy, y aún no lo encuentro, pero las esperanzas ¡como las mataría de un golpe! Pero yo cumpliré mi promesa. Lo querré hasta el día de mi muerte…"
Un rastro de sangre manchaba la hoja que Rosario leía. Quedó estupefacta. Algún día le preguntaría a su abuela quién había escrito aquellas líneas.
FIN.
Ella era una niña con cabellos dorados, de no más de doce años y sin ninguna particularidad que la distinguiera entre todas las niñas de su edad. Por la mañana, ella solía divertirse con sus familiares y, por la tarde, concurría a la escuela estatal de la esquina próxima Nº 74. Luego del colegio, hacía los deberes mientras tomaba la merienda y, más tarde, salía a jugar a la vereda con sus amigas del barrio. Por la noche, y tras la cena, dejaba sus alpargatas al lado de su silla y se sentaba en su mullida cama a imaginar, y sólo a imaginar. Su imaginación la contaminaba hasta el sueño. Definitivamente, esa era la parte del día en la cual ella más disfrutaba.
Un día, como cualquier otro, por la noche, y tras la cena, la niña dejó sus alpargatas al lado de su silla, se sentó en su mullida cama, y se dispuso a imaginar.
En ese momento se encontraba en un cuadrado, o en un círculo blanco, o negro, o de cualquier color. Ni ella lo sabía.
-¿Acaso es mi imaginación?, ¿O es un sueño lo que vivo?.
No sabiendo la respuesta, pero sintiéndose la dueña de aquél lugar extraordinario, quiso hacer todo lo que pretendiera.
Lo que primero pretendió la niña fue investigar el lugar, pero al encontrarse en un lugar monótonamente igual, pasó una hora-o dos minutos- caminando hacia el Norte-o hacia el Sur- sin que el paisaje cambiara. El único método que le quedaba a ella para matar el aburrimiento era imaginar. Y así lo hizo.
Como primer instancia optó por imaginar que era una princesa romana, hallada en el Coliseo, presenciando una pelea de gladiadores, y con tantas ofrendas que una princesa podría tener. Pero luego de un tiempo, ser parte del cuerpo real se tornó aburrido, por lo que decidió cambiar.
Como segunda instancia, eligió experimentar lo que para ella era la verdadera libertad. Y voló. Agitando sus brazos cual alas, voló. Bajo ella apareció una enorme ciudad, que tenía aspecto de holandesa. Y junto a ella, volaron decenas de pájaros, yendo hacia un supuesto Sur. Pero luego de un tiempo, volar se tornó fatigoso. Nuevamente, decidió cambiar.
Como tercer instancia, quiso batir un récord mundial. Decidió escalar la montaña más alta del mundo, ahora creada por ella, pero sin esfuerzo alguno. Sin previo aviso, se encontró en la cima de una montaña inmensa. Estuvo rato contemplando el paisaje hermoso que yacía alrededor de ella, pero, como solía pasarle, se aburrió de tanto mirar a un lugar, sin mirar nada realmente. Cansada mentalmente de tanto imaginar, decidió bajar la montaña sin más, y sin trampas imaginarias. Pero claro estaba, bajar la montaña más grande del mundo no era tarea fácil, así que su imaginación le brindó una ayuda ya conocida por ella, y voló hasta la tierra firme.
En cuanto apoyó sus pies sobre aquella tierra, pudo presenciar a centenares de personas dirigiéndose hacia un lugar en común. Cerca de allí, pudo ver alguna alpargata muy parecida a la suya propia, como si las hubieran dejado al lado de una silla. La niña, se percató de que la gente se dirigía al mismo Coliseo en el que ella misma había estado tiempos anteriores. Esta vez, decidió experimentar algo más arriesgado. Entró al Coliseo nuevamente, vestida cual gladiador y, en cuanto vino el toro, se despojó de sus ropas guerreras y ambicionó con conocer el misterio más atroz de la humanidad entera: la Muerte. El toro se abalanzó sobre la niña y le clavó uno de sus cuernos en las entrañas. Un grito desgarrador irrumpió en el aire.
Por la mañana, la madre de la niña la buscó por toda la casa y por los perfectos jardines frontales y traseros de todas las vecinas del barrio. La buscó por la escuela de la esquina próxima, y hasta bajo las alcantarillas. Pero la niña no se encontraba en ningún sitio.
Esa misma tarde, en Italia, una pareja de jóvenes alemanes se hallaban visitando el Coliseo cuando, sobre donde hubiese estado la arena del lugar, encontraron a una niña de cabellos dorados, de no más de doce años, con la marca de un cuerno de toro en las entrañas.